Humanizar la vida y también la muerte. Por Nicolas Mayoraz

Pandemia. Un proyecto de ley pide elaborar un protocolo de seguridad sanitaria para que se autorice acompañar a enfermos graves y terminales durante el aislamiento.

Un joven palestino trepa a una ventana y permanece sentado mirando hacia adentro. La imagen dio la vuelta al mundo. Es el rostro de la tragedia y de la distancia final e infranqueable que todos tememos. Su madre, adentro, muere por Covid-19.

Hoy el límite entre lo humano y lo inhumano nos interpela más que nunca ¿Hasta dónde es legítimo el distanciamiento obligatorio cuando estamos ante la muerte de un ser querido? ¿Hasta dónde es razonable negar a quien está muriendo pasar sus últimos momentos junto a quien ama y prohibir a quien parte un último adiós? Cuando el distanciamiento está a punto de volverse definitivo es inútil esgrimir razones para mantenerlo. Sobre todo porque se puede disminuir el riesgo de contagio al máximo.

Fue conmovedora la iniciativa reciente, en La Pampa, del subsecretario de Salud que autorizó a María del Carmen Seitz a despedir a su madre Mirta, enferma de cáncer en estado terminal. Pero esa es la excepción. Son incontables los testimonios de personas que sufren la pérdida de alguien por coronavirus o por otras causas y quedan privadas de la despedida y el duelo.

Si hay algo que nos deja absortos es pensar en morir en aislamiento: la soledad de quien parte repentinamente de su hogar porque tuvo algún síntoma y se enfrenta de improvisto al fin de su vida en soledad. Es entonces cuando la reflexión bioética debe considerar, desde una perspectiva de derechos humanos, el derecho a los cuidados paliativos integrales. Según la OMS es un “planteamiento que mejora la calidad de vida de los pacientes y sus allegados cuando afrontan problemas inherentes a una enfermedad potencialmente mortal. Previenen y alivian el sufrimiento a través de la identificación temprana, la evaluación y el tratamiento correctos del dolor y otros problemas, sean estos de orden físico, psicosocial o espiritual”. La preparación para la muerte no es sólo una cuestión médica y científica. Esa visión parcializada de lo humano nos priva justamente de percibir la dignidad de la persona en todas sus dimensiones.

El coronavirus no es el único problema de salud pública que enfrentamos ni la única razón por la que muere gente. Cuando pase la pandemia quedarán las heridas, las secuelas del cuerpo, pero también las del alma, especialmente aquellas que marcan la ausencia de quienes amamos.

El cuidado de la salud y la disminución del sufrimiento no se limita a la dimensión física. El Comité de Bioética de España advierte que especialmente durante esta pandemia hay que tener especiales cuidados con quienes más sufren el desgarro familiar: los niños, las personas con discapacidad y los adultos mayores: “El sufrimiento se hace especialmente lacerante cuando un paciente entra en la fase final de su vida con esa privación afectiva” y aconseja que “se debe permitir el acceso de, al menos, un familiar, sobre todo, en los momentos de despedida”.

En efecto, en Valencia habilitaron un protocolo para que los familiares puedan despedirse sin riesgos de contagio. El mismo autoriza a un familiar del paciente terminal con Covid-19 a despedirse en un ámbito reservado cuando los médicos consideren que la muerte está próxima, con la debida protección.

Tanto la despedida del paciente terminal y de sus seres queridos, como el acompañamiento espiritual y religioso, constituyen derechos del paciente proclamados en diferentes regulaciones y expresadas en la ley nacional N° 26.529 de derechos del paciente.

La Legislatura de Santa Fe aprobó hace poco un proyecto de mi autoría que, en este sentido, pide al Poder Ejecutivo elaborar un protocolo de seguridad sanitaria para que se autorice acompañar a los enfermos graves y terminales durante el aislamiento mediante la acreditación del vínculo familiar.

Son innumerables los esfuerzos que todos hacemos para contener la pandemia. Desde que comenzó el aislamiento se han impulsado a nivel nacional y provincial muchas medidas que ayudaron no sólo a prevenir el coronavirus sino también a cuidar la salud integral y mejorar la calidad de vida. Es momento de reflexionar también, en torno de aquellos que nos dejan, sobre el modo de facilitar un ámbito más compasivo, sin que esto implique poner en riesgo a los familiares ni al equipo sanitario.

Es en los momentos más difíciles en los cuales ponemos a prueba nuestra consideración sobre el valor de la dignidad humana. El desafío consiste en humanizar no sólo la vida, sino también la muerte, ese momento que muchas veces nos cuesta aceptar y al que inevitablemente debemos enfrentar. No dejemos que el miedo nos

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